Hace unos años no habría
podido imaginar que algún día sería vegana. Me crié en un hogar en el que
además de no plantearse la opción se amaba la comida por encima de muchas otras cosas y, cuando se empezó a hablar en los medios del vegetarianismo, siempre
tuvimos la sensación de que los vegetarianos debían pasar mucha hambre.
Mi padre era un hedonista de primera y su amor por la comida, de calidad y en todas sus variantes, no
tenía límites (o al menos no llegó a encontrarlos nunca). Y así crió a sus
hijos: todo lo probábamos y cuando las vacaciones de otros niños consistían en
visitar museos o realizar cualquier otra actividad lúdica las nuestras suponían
ir de tasca en tasca.
Recuerdo el día que me
llevaron a Toledo por primera vez; estaba encantada ya que Toledo respondía a
todas mis fantasías medievales, que eran muchas, y ansiaba perderme por sus
callejuelas. Pues no pudo ser: llegamos para tomar el aperitivo, después fuimos
a comer, luego a tomar helados y, a excepción de la visita obligada para adorar
El Entierro del Conde Orgaz, cuando
quise darme cuenta ya estábamos volviendo sin haberme extraviado por una ciudad
que prometía aventuras. En aquel momento, siendo yo una niña, no lo pude
entender. Aunque enseguida le cogí el tranquillo.
El Entierro del Conde Orgaz |
Mis hermanos y yo hemos
pasado los días libres en tascas y eran innumerables aquellas en las que,
debido a la popularidad tanto de nuestro padre como de nuestro abuelo materno,
disponíamos de cuenta abierta para satisfacer nuestra gula.
Por otro lado, entre otros
muchos, uno de los valores que se nos inculcó desde niños fue el
de amar y respetar a la naturaleza. ¡Cuántos días hemos pasado mis hermanos y
yo en el monte completamente a nuestro aire! Mis padres y mis abuelos paternos
tenían la costumbre de ir a pasar el día con amigos al campo a hacer paellas y
parrilladas (antes esto podía hacerse) y, mientras ellos hacían cosas
de adultos, a nosotros nos dejaban “sueltos” y pasábamos horas y horas, hasta
que se hacía de noche, explorando. Lo cierto es que pocas cosas nos pasaron para lo que podría haber ocurrido.
Y de vez en cuando un
adulto, con toda probabilidad nuestro padre o nuestro abuelo, nos acompañaban y
explicaban qué era lo que nos íbamos encontrando.
La verdad es que tuvimos
una infancia maravillosa.
Con el paso de los años
comenzaron a llegar mascotas a nuestra casa; el primer perro, Sultán; después
Cleo (una perra); Manda, Dandi, Anakin (una gata y dos gatos); y lo que nos
queda.
Siempre nos encantaron los
animales, todos. Las vacas, las ovejas, las cabras, las gallinas, los cerdos,
los burros, los caballos, por supuesto los perros y los gatos… Los documentales
de animales… Pero cuando convives con ellos todo cambia; descubres su
personalidad, sus emociones, su dolor… Si eres una persona sensible es difícil
mirar a otro lado.
Y entonces la comida, el
filete que tienes en el plato, la salchicha del perrito, la carne de la
hamburguesa, el chuletón, el solomillo, las alitas de pollo, el bonito con tomate, las sardinas a la parrilla, los calamares en su tinta… ya no son lo
mismo, tienen ojos y te miran. Y esa mirada pesa en tu corazón.
Vacas en Cantabria |
Personalmente llevaba años
planteándome que en algún momento tendría que hacerme vegetariana, pero no
quería pensar demasiado en ello pues sentía miedo de pasar hambre o de dejar de
disfrutar de la comida. De modo que era algo que tenía aparcado en un lugar
profundo de la mente.
Y entonces pasó algo que
lo precipitó todo: mi hermano, de la noche a la mañana y sin previo aviso, se
hizo vegetariano. Y no titubeó ni una vez; a pesar de las continúas críticas e
interrogatorios a los que fue sometido (no desde dentro del hogar, pero sí
desde fuera) y de la intolerancia y la ignorancia de muchos continuó su camino
sin mirar atrás.
Y después se hizo vegano.
Circunstancias de la vida
hicieron que mi hermano y yo acabásemos viviendo juntos y era muy
habitual que yo cocinara para él de modo que no solo me encontré leyendo todas las etiquetas de la comida que compraba (es alucinante la cantidad de comida
que lleva aditivos de origen animal entre sus componentes, comida que por su
naturaleza no debería llevarlos) sino también tratando de cocinar comida
sabrosa para la que yo no estaba preparada debido a mi enorme ignorancia (en mi
mundo cocinar sin productos de origen animal era francamente difícil).
Porque soy una
perfeccionista y adoro y adoraré siempre la cocina y la comida y no me entra en
la cabeza cocinar algo que no esté rico (por lo menos, intentarlo), por muy
vegano que sea, pues de entre todos los placeres del mundo el de la comida es mi
favorito, comencé a perfeccionar mi estilo y, en poco tiempo, estaba preparando
comida vegana y deliciosa, al
principio con un poco de esfuerzo extra pero después con gran facilidad (casi
siempre).
En este proceso, las
miradas de los cerdos, vacas, pollos y corderos, bonitos, merluzas y sardinas
que me había estado comiendo volvieron a mí, pero ya no tenía miedo de
abandonarlos (o al menos no tenía tanto) debido a que había comprobado por mí misma que
se puede comer vegetariano y rico, sin pasar en absoluto hambre, así que di el paso y, paulatinamente, me hice
vegetariana y, posteriormente, vegana. Y aún sigo zampando y disfrutando de
la comida.
Es cierto que debes contar con la incomprensión de
muchos y que no siempre es fácil comprar comida. Pero acabas cogiéndole
el truco.
Si te lo estás planteando en serio, no tengas miedo, es fácil y además nosotros vamos a ayudarte a cocinar bien, fácil y económico.
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