Soy vegana desde hace
relativamente poco tiempo y, como se dice en ¿Qué mierda comen los veganos?, en
realidad uno no pasa de ser carnívoro a ser vegano sino que el veganismo supone un
proceso, un camino de perfeccionamiento que no acaba nunca.
En realidad yo llevaba muchos
años pensando en ello; el pensamiento iba y venía, pero lo tenía guardado en
aquel lugar en el que almacenamos aquello en lo que no queremos pensar. Pero mi
hermano fue mucho más valiente y, sin avisar, de la noche a la mañana
(literalmente), se hizo vegetariano y, después, vegano. Y a mí ya no me fue
posible seguir mirando a otro lado.
Recuerdo el instante en el
que supe sin lugar a dudas que acabaría siendo vegana, me estaba comiendo una deliciosa codorniz
asada al horno y, cuando la miré, vi al animal, no la comida, y lo supe. Es
curioso porque en aquel mismo instante la persona con la comía estaba taladrándome con un discurso acerca del sinsentido del vegetarianismo, pero con cada una
de sus palabras yo, internamente, me convencía cada vez más de que era algo que
me iba a ocurrir. Aún así, tardé unos cuantos meses más y finalmente di el paso.
Era vegetariana, pero no
quería saber nada respecto del destino de los pollitos ni de los terneritos
porque la vida sin leche o huevos se me hacía imposible. Seguía siendo cobarde,
pero escuchaba un “tam tam” en mi cabeza, lejano.
Y al final lo hice, sin
presiones, sin testigos, me informé de todo y comencé el camino sin fin del
veganismo.
Desde entonces he tenido que
soportar muchos comentarios de mucha gente que no entiende lo que hago y, sobre
todo, que no quiere que elija mi propio camino si eso me aleja del suyo (y eso que no soy especialmente
sociable, no quiero ni imaginarme cómo sería esto si yo fuera “la reina del baile”).
“¿Y qué pasa con los niños de
La India que cosen tu ropa?”, “¿sabes que te tragas bichos continuamente?”, “donde
esté el comerse un chuletón que se quite todo lo demás”, “tus fabes ni son
fabes ni son nada”, “pero tú usar móvil”, “si retiras los tropezones puedes
comerte esta paella”, “¿eres consciente de que sin la ganadería condenarías a
mucha gente a no tener con qué ganarse la vida”… y así mil.
Ante todo, ser vegano es un
camino de perfeccionamiento que no acaba nunca y, sí, los veganos nos equivocamos. Contínuamente.
Sin ir más lejos, mi hermano
y yo hace unas semanas compramos online unos abrigos después de haber revisado
de arriba a abajo la página web de la marca y, sobre todo, los materiales con los que los confeccionaban
y, cuando llegaron a casa, nos dimos cuenta de que eran de plumas; sí, de
plumas.
O el día que compramos mochi
pensando que sería de alubias y descubrimos que estaba relleno de helado no vegano.
Estas cosas pasan y hay que
aprender a perdonarse a uno mismo. Yo no soy perfecta, me equivoco continuamente
y cada día me perdono con más facilidad a mí misma esto y muchas otras cosas.
Los niños de La India me
preocupan, pero, como ya he dicho, ser vegano es un proceso y, en este momento,
estoy con los animales así que os pido que no me preguntéis más por ellos, mi postura es firme al respecto.
Sé que me trago bichos continuamente;
una vez me tragué una mosca enorme mientras hablaba y casi me ahogo (y me muero
del asco). Así es la vida; tal vez algún día un bicho más grande que yo me
trague a mí y, en todo caso, algún día, ineludiblemente, seré pasto de los
gusanos.
Sé que los chuletones y la
fabada están muy ricos, no me criaron como vegana, pero también sé (esto es
así, lo siento) que en la mayoría de las casas se come fatal y que la mayoría
de la gente no tiene ni idea de cocinar, aunque la mayoría tampoco es
consciente de ello; y que incluso hacer un chuletón tiene su misterio (misterio
que evidentemente no voy a compartir). Lo único que voy a decir en este sentido
es que en mi casa siempre se ha comido, se come y se comerá que te mueres,
antes cuando comíamos carne y ahora que somos veganos; mejor que en la mayoría y que, aunque los chuletones me quedaban perfectos, estoy por apostar a que mi comida vegana está más deliciosa que la comida de la gran mayoría.
Sí, uso móvil, ordenador,
conduzco un coche… (todo ello muy a mi pesar) ¡vivo en el mundo! y hago lo que puedo. Dadme tiempo y, si consigo jubilarme sin morir en el intento, me convertiré en una
especie de ermitaña y mandaré al mundo a la M.
Y no, no y no. Si te pides
una paella y retiras los tropezones NO ERES NI VEGETARIANO NI VEGANO NI “NA”; básicamente
lo que eres es idiota (haz el favor de comerte los tropezones y deja de hacer
el memo).
Sé que hay mucha gente que se
gana la vida con la ganadería, pero los tiempos cambian y hay que renovarse con
ellos. Mi tatarabuelo era una especie de "pirata": él y otros, de noche, encendían fuegos en la costa para confundir a los barcos, que encallasen y así poderles quitar la mercancía, pero yo no me dedico a eso; yo tengo un trabajo honrado, no robo ni engaño a nadie (de hecho, soy bastante decente)... me he renovado.
El atún es un pez y los peces
son carne, el marisco es carne, la masa de empanadillas y el helado
generalmente llevan huevo, un café con leche tiene… leche, el caldo de carne o
de pescado no son veganos…
Pero lo más sorprendente desde
que soy vegana ha sido descubrir la animadversión enorme que existe en el mundo
hacia los vegetarianos y veganos. La verdad es que no lo entiendo. Eliminando
lo obvio, que es que el mundo está lleno de imbéciles (tanto carnívoros, como
veganos), y quedándonos con las personas normales ¿por qué se nos tiene tanta
manía? Tenemos nuestras propias páginas web, que nos sirven para ayudarnos
entre nosotros, y los carnívoros entran en ellas a ponernos verdes, cuando no
es habitual ver mensajes de veganos en, por ejemplo, blogs gastronómicos
haciendo apología de la no ingestión de carne… Quiero decir, normalmente no nos
metemos en la vida de los demás, solo tratamos de vivir la nuestra.
No estoy hablando de las
manifestaciones contra la tauromaquia o contra el maltrato animal (donde confluyen otros intereses), me refiero
única y exclusivamente a lo estrictamente alimenticio. ¿Por qué se nos odia?
Supongo que es el odio al diferente ¿no? No es nada nuevo. Les pasa a los gays,
a las mujeres que se atreven a ser libres e independientes, a las minorías
étnicas y religiosas… Todavía me angustian unas imágenes que vi, captadas tras
la II Guerra Mundial, en las que franceses, en jauría, atormentaban (a veces
hasta la muerte) a mujeres francesas que se habían acostado con soldados
alemanes, la mayor parte de las veces para poder alimentar a su familia. Así
somos.
Y por eso, porque somos así,
es mi deber defender a los animales, que son los que siempre se han llevado la
peor parte: ellos han sufrido y sufren el peor genocidio de la historia, se les
puede maltratar impunemente, no se les reconoce ni siquiera el derecho a la
vida (o, más importante aún, la dignidad), en definitiva son esclavos. Así que
sí, entérate bien, los animales que te comes generalmente viven en unas
condiciones deplorables y, aunque vivan bien, son capaces de sentir amor, miedo
y tristeza; si comes huevos o leche estás sentenciando a la muerte a un montón
de pollitos y terneros; cada vez que compras cuero, seda, lana o plumas
condenas a un montón de animales al padecimiento más absoluto, hasta tal punto
que no puedes ni imaginar… Si no te importa, vale, lo entiendo; pero si te
importa no mires a otro lado, infórmate, sé valiente, porque “mucha gente
pequeña en lugares pequeños haciendo cosas pequeñas puede cambiar el mundo”.
He aquí un artículo muy
interesante acerca de los veganos y la animadversión que despiertan. Yo no lo
podría haber expresado mejor.
Y aquí un poco de humor:
En Verdi Antojeria buscmaos ofrecer un espacio alternativo para las personas que quieren comer verde y saludable, porque todos tenemos derecho a elegir
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