El viernes pasado no trabajé y, como el jueves era fiesta, tuve un puente muy rico.
Mi amiga Angeli y yo decidimos irnos al centro a pasar el día y comimos en el Centro Hare Krisna Madrid, que está situado en la Calle Espíritu Santo 19 (vamos, en Malasaña, en una plaza que cuando era una adolescente era un lugar cochambroso en el que había en una esquiña un bar que servía chupitos a 2 duros y que ahora es de lo más cool de Madrid).
Teníamos varias opciones para ir a comer pero nos apetecía algo diferente así que nos animamos por este sitio.
El Centro Hare Krisna es uno de esos sitios que como no estés buscando no lo encuentras porque la puerta es más de centro cultural municipal que de restaurante; una vez que entras tienes que quitarte los zapatos y dejarlos en unas estanterías, lo que es muy agradable, la verdad, porque me encanta andar descalza y el suelo es de madera suave y confortable.
Sé que en este sitio se hacen más cosas aparte de dar de comer (sobre todo proyectos espirituales y filosóficos), pero los que me conocen saben que mi nivel espiritual es equivalente al de una piedra de modo que mi interés se basaba en el comedor.
El comedor es comunal; de esos en los que te puedes ver sentado al lado de cualquiera y debo confesar que es una circunstancia que no me agrada demasiado, pero eso no es culpa del sitio sino mía. Puedo ser increiblemente extrovertida, pero solo con quien me interesa, quedando completamente cerrada para el resto, y eso de poder acabar sentada al lado de alguien a quien le dé por comunicarse conmigo cuando no me apetece no es de mi gusto (creo que sería muy feliz en Finlandia).
Sin embargo tengo algo bueno de mi parte y es que soy una actriz extraordinaria y aparentemente me adapto bien a situaciones que me desagradan, aunque interiormente me esté cagando en mi madre, así que todo fue bien en ese sentido.
Y sí, la mujer que se sentó a nuestro lado nos dio conversación. Y no, su conversación no me interesaba.
Antes de comer tienes que comprar el ticket que posteriormente se intercambia por la comida y aquí llegó la parte que menos me gustó y que hará que no vuelva nunca. NUNCA.
Recreación de los acontecimientos:
Yo: Hola, quiero dos comidas, por favor.
El chico me da dos tickets y le pago.
Yo: ¿La comida es vegana?
Chico: No, es lactovegetariana.
Yo (mientras hago ademán de volver a mi mesa): Oh, vaya.
En mi opinión la conversación debería haber terminado aquí.
Chico: Pero la leche la provee el Krisna.
(¿Le ordeñan?)
Yo: Es que soy vegana.
Chico (con cara de buen rollo, sin que se le moviera ni un solo músculo facial): La leche la provee el Krisna.
Yo: Eso a mí no me vale.
Chico: Es bueno para las vaquitas.
Una de las peores cosas que llevo es que traten de manipularme; a veces alguien lo intenta y y yo decido dejarme, por lo que sea, porque soy paciente, porque estoy cansada, porque me conviene, por pena... pero que lo hagan con una sonrisita en la cara, como si yo fuera idiota, lo llevo fatal. Soy Marty McFly.
Me sorprendió su intolerancia, sobre todo teniendo en cuenta que el que iba vestido con una sábana era él. Pero también es cierto que los "krishnaistas" nunca han destacado por su tolerancia.
Nos dieron de comer ensalada (normalita), arroz blanco con estofado de verduras y soja texturizada (plato aceptable), berenjena rebozada (muy rica), pan integral casero (el mío le da mil vueltas), un pastelito que no probé porque era lo único que llevaba leche (parecía muy dulce y tenía muy buena pinta) y té o agua. Todo en las cantidades deseadas. Por 6 € por cabeza en pleno centro de Madrid no está mal la relación calidad - precio.
Pero no, no voy a volver, porque eso de que la leche la provee el Krisna no lo veo.
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