viernes, 26 de junio de 2015

EL CARÁCTER DE LOS GATOS

No soy ninguna experta en gatos, no he realizado ningún estudio al respecto, no poseo un diploma y es desde hace relativamente poco tiempo que tengo gatos en casa. Hasta hace tres años mi única relación con los gatos era a través de amigos y, salvo por los gatos de mi querida Mari Tere (que me querían bastante), las experiencias fueron desde decepcionantes a monstruosas (la gata de V. se me tiraba a la cara cada vez que entraba en su casa).


Si lo que quieres es leer o incluso comunicarte con una auténtica experta, te recomiendo a Terapia Felina, que es una lectura muy recomendable. Yo, personalmente, nunca he recurrido a ella, pero en algunos casos puede hacer falta.

Lo mío es más bien puro instinto; los animales se me dan bien, tengo pocas inseguridades (algunas sí, pero dentro de lo controlable) y en los tiempos que corren está hasta mal decirlo pero soy una persona bastante equilibrada, lo que supone muchas ventajas frente a los animales (incluído el ser humano).

De pequeña tuve algunos animales, pero no me encargaba personalmente de ellos: tuve algún pollito, un par de tortugas, una pareja de periquitos, una coneja y peces. Mis padres no sabían mucho de animales, era otra época y las cosas no acababan nunca bien. Al que más recuerdo es a mi patito; adoraba a ese maldito animal y él me adoraba a mí, pero por accidente lo ahogué y nunca he sido capaz de perdonármelo, fue una experiencia muy traumática a pesar de que la peor parte se la llevo el pobre pato (todavía me duele).

En realidad empecé a encargarme de la situación cuando a casa llegó Sultán, mi bulldog inglés, y aunque fui una excelente cuidadora y enfermera para un perro con muchos problemas, como educadora fallé estrepitosamente. Tenía la idea (que conste, mi edad era de 18 años cuando él llegó a casa) de que Sultán debía ser libre y que yo no podía imponerle ninguna idea. Es la mayor cagada que puede cometer un educador (obviando lo intolerable, que es por supuesto la violencia y la ira, inaceptables cuando de educar se trata).

Sultán era maravilloso pero hacía lo que le daba la gana. Y eso no debe ser. Sé que hay gente que piensa que es lo correcto pero se equivocan.

Ahora tengo a Cleo (perra), a Manda, a Dandi y, de vez en cuando, a Anakin, el gato de mi hermana. Lo de Cleo es un caso aparte porque la perra vino del albergue tan traumatizada que finalmente no me quedó más remedio que aprender a educar y ella, en definitiva, me enseñó a hacerlo. En realidad, me cambió profundamente. Ese sería un artículo muy didáctico pero no sabría ni cómo escribirlo.

Pero lo que hoy tratamos es acerca del carácter de los gatos porque es realmente sorprendente lo mucho que se diferencian unos de otros. Los perros bien equilibrados, con pequeñas excepciones, se parecen bastante: son leales, siempre están dispuestos a ir de paseo, seguirán a su humano a todas partes, adoran los masajes, si les rascas el culo te los has ganado y harían cualquier cosa por comida.

Pero con los gatos no se puede generalizar, es imposible. Por ejemplo, hace ya mucho tiempo me mandaron esta imagen:


Pero a Manda lo que más le gusta en el mundo es que le rasquen la barriga; se tumba boca arriba, abre las patas, cierra los ojos y se deja hacer. Puedes masajearle la barriga como si amasas pan. Y lo mismo con las patas.

Sin embargo no le gusta nada que la cojas en brazos. Se deja porque es buena, pero no le gusta.

A Dandi no le puedes tocar; no es que literalmente no puedas porque el pobre es muy lento y además tan bueno que se deja hacer de todo, pero si le tocas en cuanto pueda va a huir; contradictoriamente, quiere estar encima tuya todo el rato. Me sigue a todas partes, me ducho con él delante, en el ordenador se tuma delante de la pantalla (si no se me tumba en el regazo), si cocino se sube a la mesa y mira, si voy a sacar ropa del armario se tumba en el suelo, si me voy a la cama, aunque haga un calor infernal, se tumba junto a mí (y si hace frío se me tumba encima)... Ahora, como le toque desaparece. No quiere que le toquen.

A Anakin no le puedes seguir; si le sigues se esconderá en el rincón más inaccesible que encuentre y se agarrará a él con las uñas. Si tengo que llevarle a algún sitio al final tengo que acabar tirando de su cola para sacarle de donde sea que esté. Pero si le ignoro se me pone a dos patas, me trepa, se me sube encima, me lame, me muerde el pelo y, una vez que le cojo, a pesar de que haya estado huyendo de mí durante dos hora, ya no quiere bajar, se acurrica contra mi cuello y ahí se queda, ronroneando tan fuerte que los vecinos llaman a la policía quejándose del ruido.

Cuando hay visitas Manda se queda por ahí, curiosea, se acerca, es intrépida y no le tiene miedo a nada; Dandi huye y Anakin se volatiliza.

A Manda le gustan las alturas, a Dandi y a Anakin las ventanas y no son capaces de subir a la parte más alta del mueble del salón (a pesar de que Anakin es mucho más grande y fuerte que Manda).

Manda es muy selecta con lo que come, Dandi está abierto a vivir nuevas experiencias gastronómicas siempre que se lo propongo y Anakin está loco por ¡la fruta! Pero loco, loco, fuera de sí.

Anakin comiendo de un polo de sandía
 

Si se cabrea Manda puede usar las uñas, Dandi pretende usarlas pero con tan poca fuerza que no le sirve para nada y Anakin, a pesar de que es el más grande y el más fuerte, sería incapaz de hacerle daño a nadie (salvo que se asuste y solo sin querer).

Y estoy segura de que si vinera otro gato de nuevo volvería a ser diferente.

Eso sí, es muy importante que nuestra actitud y buen hacer dé como resultado que nuestros gatos, asumiendo sus particularidades, sean animales equilibrados y respetuosos, lo que de verdad no es nada difícil cuando tú, humano estás bien de aquí.Lo más importante es enseñarles la línea roja de lo inaceptable, con firmeza, sin violencia y, lo más importante, sin ira. No puedes regañar a nadie con ira; para regañar tienes que estar tranquilo y no sentir ningún odio, sino amor y preocupación por el ser vivo que tienes delante. De otro modo fracasarás y crearás monstruos.

Ellos tienen que tener muy claro que estás ahí para cuidarles, para quererles, para protegerles, pero que eres el que manda. Yo puedo afirmar sin lugar a dudas que el alfa de mi casa soy yo. Y lo puedo afirmar con esta seguridad porque no soy ninguna histérica y mi autoridad es tranquila y pacífica (con mis animales, con otros puedo ser terrible). Desde luego, os aseguro que mis animales me adoran.

Ten muy muy presente que si tu animal tiene malos modales es indiscutiblemente por tu culpa; hay algo que no estás haciendo bien o que directamente no estás haciendo. Tal vez puedas solucionarlo, tal vez no, pero el culpable eres tú.

Quiero dejar claro que los gatos, a diferencia de lo que muchos piensan, son excelentes compañeros, muy afectivos (cada uno a su manera) y que realmente te demuestran su amor por ti. Es cierto que no son tan serviciales como los perros, pero es que no son perros, son gatos. Los perros son perros, los gatos son gatos, los mapaches son mapaches, los pingüinos son pingüinos, etc..

Algún día tal vez también os cuenta cuál es mi método para introducir nuevos animales en casa, en lo que ya soy una experta. Sin traumas, sin enredar mucho.


 
 
 














¿Me pones una caña?



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