Antes
de entrar en materia quiero felicitar desde aquí al partido animalista PACMA, que es al
que voto desde que se presentaron por primera vez en Madrid, por haber duplicado sus votos. Lo dije y lo digo, os doy una legislatura más para alcanzar
representación parlamentaria.
En
el programa electoral de PACMA aparece la prohibición de la caza por ser una “práctica que acaba con la vida de millones
de animales”. En concreto dice:
“La caza provoca el exterminio de millones de animales y la dispersión de 6.000 toneladas de plomo cada año al medio ambiente, contaminando acuíferos y plantas, y causando el plumbismo, una enfermedad que afecta tanto a los animales como a las personas. A esto sumamos los más de 50.000 galgos y podencos utilizados como armas para acosar a otros animales, y que de forma habitual son maltratados, torturados o abandonados.Los intereses de los cazadores secuestran los intereses de los habitantes de las zonas rurales e impiden que se puedan desarrollar otras actividades sostenibles y acordes con el entorno natural y con la convivencia entre animales y humanos.Proponemos: La prohibición de cualquier modalidad de caza.”
Llegados
a este punto de la película no tengo por qué justificarme, creo que mi postura
respecto del respeto a los derechos de los animales ha quedado más que patente. He renunciado a
mucho y tengo que soportar mucho por el camino que decidí tomar, pero no es
nada en comparación con el sufrimiento de miles de millones de animales que
viven el mayor genocidio de la historia. Mas en este caso no puedo estar de
acuerdo con PACMA, al menos no del todo.
Antes
de nada quiero poner de relieve, como ejemplo, que el idiota que cazó al
malogrado león Cecil debería ser juzgado y condenado con toda la dureza de las
leyes como si de un asesinato se hubiera tratado, que es lo que fue, un
asesinato a sangre fría. Por otro lado, sin que una cosa quite a la otra, probablemente
la caza no hace tanto daño al ecosistema como la ganadería o la
agricultura (cuando el ser humano se hizo sedentario es cuando el mundo se fue
al garete, antes solo éramos un depredador más).
Lo
peor de la caza es obvio: se acaba con la vida de un ser vivo.
Por
lo demás, los aspectos negativos de la caza descontrolada son muchos y
evidentes; el principal problema es la caza intensiva que arrasa con
poblaciones enteras de especies, arrastrándolas hacia la extinción. Asimismo,
para satisfacer los deseos de los cazadores en ocasiones se sueltan en el campo
animales procedentes de otras poblaciones o de granjas de cría y en estos casos
los cazadores estarán persiguiendo a individuos poco adaptados, lo que es
mezquino, y además estos especímenes pueden traer consigo enfermedades y
parásitos, mezclarse con la fauna autóctona o devastar el ecosistema de la
zona.
Muchas
veces la caza supone el sufrimiento y la muerte de otros animales, que no son
objeto de caza, como puede ser el caso de depredadores, competidores de los
cazadores (por ejemplo, con cebos envenenados, que además matan
indiscriminadamente), o los propios perros de los cazadores, que en muchísimas
ocasiones son abandonados, maltratados o asesinados cruelmente.
Los
cotos de caza son un reducto de “La Antigua España” que debería desaparecer y
estos recintos en ocasiones se vallan, impidiendo el libre movimiento de los animales
terrestres y la degradación de la zona acotada. Enlazando con esa vieja España,
a veces la caza implica que cuadrillas de personas poco respetuosas con el
medio se junten, ensucien, armen ruido y, en definitiva, sean poco respetuosas
con el campo.
Ni
que decir tiene el miedo que me da salir de paseo con mi perra por determinadas
zonas cuando es época de caza, no sea que nos den un tiro (no sería la primera
vez que pasa algo así en España).
Pero
hay una cuestión que es innegable y es que la caza bien controlada y SOSTENIBLE
puede ser un instrumento útil para regular las especies sobreabundantes y
limitar los efectos negativos que provocan, por lo menos hasta que, con las
leyes de protección adecuadas, los ecosistemas sean capaces de auto regularse
por sí mismos. Huelga decir que este desequilibrio lo ha ocasionado el ser
humano.
No
me cansaré de repetir que no todos los cazadores maltratan a sus perros; que
sin quitar importancia a la tragedia que viven galgos y podencos, algunos cazadores quieren y cuidan a sus perros hasta el fin de sus
días. O que los cazadores no son los únicos que usan cebos envenenados sino que
también lo hacen agricultores y ganaderos. O que los cazadores son
en muchas ocasiones quienes encuentran estos cebos envenenados y los denuncian. O que también son ellos los que controlan el estado del campo.
¿Qué
hay que hacer? Evidentemente, controlar la caza con leyes mucho más restrictivas,
encaminadas exclusivamente a proteger el medio ambiente y no permitiendo una
caza que no se centre tan solo en el equilibrio de un ecosistema. Por tanto,
fuera cotos y fuera vallas, basta de soltar especies no autóctonas y, desde
luego, hay que poner fin a la caza como divertimento. Matar nunca puede ser parte
del ocio de nadie.
Por
otro lado no va a desaparecer el maltrato animal o el uso de cebos envenenados
prohibiendo la caza; eso desaparecerá con una ley de protección animal seria y
una modificación de Código Penal.
Lo
he contado en alguna otra ocasión, pero lo vuelvo a reiterar: la persona que me
enseñó a amar la naturaleza era un cazador, mi abuelo. Me enseñó a andar por el
monte (lo que hoy es trekking), incluso de noche y a oscuras (sin linterna,
debiluchos), a cuidarlo y respetarlo, a amar a los animales silvestres, a
protegerlos, a descubrir rincones, a ir de setas, a llevar siempre un palo
(cosa que no hago, la verdad), a observar con paciencia y en silencio, a
distinguir especies, a llamar a una protectora si me encuentro a un animal
silvestre en apuros…
Si
él viviera pensaría que mis ideas son ridículas, pero yo pertenezco a una época
distinta con unos valores diferentes y sí soy capaz de entenderle a él (creo
que si él naciera ahora sería un magnífico ecologista).
Sin
embargo sé de algún que otro animalista que, adoleciendo de serios problemas
emocionales, que alivia centrando su vida en los indefensos animales, ha
atestado su casa de “mascotas” que malviven en condiciones penosas, mezclando
animales enfermos y sanos, cachorros y adultos, sin orden ni control.
También
sé de supuestos amantes de los animales que adoptan a un perro sin tener
absolutamente ningún medio de subsistencia, lo que repercute negativamente en
el bienestar del animal.
¿Y
cuántos animalistas, compañeros de galgos o podencos, los llevan al campo en
época de cría, permitiendo que acosen a los animales silvestres cuando más indefensos
están, sin ningún tipo de control? Hay cazadores que tienen un cuidado muy
escrupuloso con esta clase de situaciones, pero la gran mayoría de animalistas
ni siquiera saben cuándo crían las especies.
Entre los
animalistas desequilibrados e intolerantes y los taurinos violentos e incultos, la
verdad, mal vamos a entendernos.
Con
esto lo que quiero decir es que no todos los cazadores son monstruos ni todos
los animalistas santos o, de lo contrario, yo podría decir a todos los
animalistas no veganos que son asesinos.
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